lunes, 27 de septiembre de 2010

Miguel Ángel Gea

Hace unos años conocí a un mago. Lo había visto en televisión un par de veces y me había maravillado con su magia. Además él parecía un tipo entrañable, simpático. De esas personas que irradian un halo de bondad que te llega de alguna manera sin saber cómo ni por qué, pero así era. Tiempo después me encontré con él cara a cara en una reunión de amigos. A mí me impactaba verlo allí, tratando a todos como iguales. Incluso conmigo, que me acababa de conocer, su trato era exquisito y muy afable.

Noches como aquélla se repitieron posteriormente y fui viendo cada vez más a este mago. Se llamaba Miguel Ángel, pero todos lo llamaban Gea. Era un tipo grande, como digo simpático, afable, y muy humilde. Creo que eso era lo que más me llamaba la atención, su humildad y su sencillez. Le gustaban las cosas pequeñas, los placeres de la vida cotidiana, nada de alardes ni lujos. Él se conformaba con las cosas que te pueden hacer sonreír.

Con el tiempo tuve la oportunidad de conocer aún más a Gea (aunque él siempre se presentaba como Miguel Ángel). Las veces que podía verlo hacer magia siempre iba allá donde fuera que actuase, y aunque hubiera visto mil veces su magia y sus efectos, nunca dejaba de maravillarme. Porque es una persona que comunica, que ofrece su visión del mundo con su magia, y sus manos lo moldean para los ojos de los espectadores. Recuerdo especialmente una noche en una sala. Él actuaba junto con otros magos, pero me impactó especialmente él. Hacía magia con monedas y con cartas, pero no era esa magia la que me impactó. Fue su palabra, sus miradas, su personalidad puesta y manifiesta en ese acto lo que se metió un poquito más dentro de mí. El cerebro me decía estar engañado, pero algo en mi interior me decía estar maravillado. Fue una de esas noches en las que te quedas pensando.

En otra ocasión, cuando ya habíamos tomado mucha más confianza, acabamos la noche en un bar de flamenco, que tanto le gusta. El ambiente era el perfecto para tratar temas inquietantes como cosas que nos gustan o tendencias personales, preferencias, aspiraciones, proyectos… Recuerdo que de aquella noche salió de mi cabeza un texto de varias páginas sobre lo trivial y lo superfluo y lo importante y lo insignificante. Esas reflexiones aún las guardo y las mantengo. Y tuve oportunidad de compartirlas con él y que él me ofreciera su visión personal de todo aquello. Por supuesto, él siempre lo enfoca a la magia, porque es parte de su vida.

En mi caso, la magia es algo esencial, pero no le dedico tanto tiempo como me gustaría. Y también hay otras cosas más importantes en mi vida. Me importan las personas, las relaciones, los vínculos, las huellas y los recuerdos. Y con Gea, todo toma un sentido especial. He conocido a muy poquitas personas (ni siquiera sé si llegan al plural) que se acerquen a él en cuanto a calidad humana, en cuanto a su bondad, su humildad, su sencillez, su buen hacer, su cariño, su simpatía, su sinceridad. Hablar con Gea es sumergirte en una mente dedicada a la profundidad, ya sea de magia, de arte en general o de cualquier otra cosa. Su mente analítica, su empatía para saber, conocer y absorber, y sobre todo para transmitir. Con él es fácil conectar si estás dispuesto a escuchar, porque escuchar a Gea es abrirte a una dimensión desconocida que sólo él puede mostrarte. Y te envuelve y te sumerge en su magia, no sólo en la de sus manos, sino en la de su mente y su mundo. Te regala momentos mágicos, te regala experiencias, te ofrece un mundo de ilusión, profundidad y felicidad. Y después de eso, noches con él dejan huella y marca en las mentes de las personas que ansían sencillez. Yo no me considero una persona especialmente ambiciosa, porque al menos tengo cierto grado de realidad en mi cabeza (maldita sea, si fuera igual de soñador pero menos realista…). Gea se hace querer, porque todo lo que dice lo dice por ti, para que lo conozcas, para que sepas de qué habla, te lo explica, te hace sentir lo que él siente y se preocupa de que así sea. Te regala parte de su mundo y te hace ser parte de sí mismo.

Asistir a una actuación de Gea es asistir a un acto poético y mágico. La poesía de sus manos, de su palabra, de su sentimiento. Conoce cuáles son los puntos que debe tocar en tu alma, conoce a la perfección los resortes de la sensibilidad, porque él los tiene y sabe cómo activarlos. Y es maravilloso cuando dejas que alguien toque tu interior de esa forma y despierte ese lado sensible de ti mismo. Cuando tus emociones afloran y salen al exterior y se reflejan en tu rostro. Y cuando eso ocurre, sientes algo especial por esa persona. Esa afinidad y esa conexión se convierten en un cariño especial por un buen amigo.

Un teatro, un escenario, cientos de espectadores. Una mesa y una cámara, y Gea bajo el foco. Y llena el escenario. Su corpulencia se queda pequeña, diminuta, cuando se compara con su grandiosidad. Con esa capacidad de absorber miradas, pensamientos y sentimientos. Cuando dedica toda su magia y todo su acto a la más pura esencia de la magia y las emociones. Es justo eso lo que pretende, y lo sabe, pero es muy humilde y no se da cuenta de lo que es capaz de hacer sentir a alguien cuando lo ve, cuando lo conoce un poco. Alguien que no lo conozca se siente maravillado, estupefacto con su magia y con su emotividad. Comienza su actuación y te habla de un maestro artesano, de una varita mágica, de una historia de personas, de relaciones, de vínculos. Después te muestra milagros en la palma de su mano, sentado en una mesa delante de cientos de personas, sólo con una cámara de vídeo. Las monedas aparecen y desaparecen, se desvanecen, viajan y le obedecen. Juegan con él porque es el maestro, el que dirige la orquesta de esos movimientos metálicos y plateados, de esos sonidos circulares dentro y fuera de la palma de una mano. Y después te hace un regalo; te regala una historia real, de amor y de vínculos, de huella, de relaciones, de sentimientos. Y te regala esa historia mágica con magia, te habla del tiempo y te enseña con sus manos lo que el tiempo puede hacer, lo que nos hace a cada uno de nosotros. Y ves al Gea puro, destilado, inmenso, proyectando una emoción que te llega y se te clava dentro. Gea extiende una mano, despacio, relajada y tranquila, no amenazante. Te alcanza el pecho, te toca, y se hunde dentro hasta llegar al corazón. Y cuando toca el corazón se enreda alrededor, te agarra, te oprime y sientes cómo todas tus emociones brotan de golpe, suben y rebosas alegría, magia, nostalgia, felicidad y lágrimas por todas partes. Gea no deja indiferente.

Hay pocas personas en el mundo capaces de hacer algo así. Hay quien lo hace con su arte, con su trabajo, con una afición, con la palabra. Gea lo hace con todo, porque rebosa calidad y emotividad por dondequiera. Él no conoce estas palabras, no ha leído estos párrafos, y si algún día lo hace seguramente no le guste, por hablar tan bien de él. Pero no se puede hablar de otra manera, no se puede decir algo que no sea esto, porque conocer a Gea es haber conocido una parte chiquitita de la inmensidad de las cosas buenas del mundo. Y él es una de ellas.

¿Será que quiero a Gea?