viernes, 18 de abril de 2008

Magia y arte

Desde siempre, la magia ha sido considerada de múltiples y distintos puntos de vista. En inicios, estuvo ligada a la religión. Más tarde fue tomada como un entretenimiento, un modo de diversión. No era más que una manera de amenizar fiestas, reuniones y otro tipo de eventos. Por fortuna, en un momento dado de la historia Robert Houdin transformó el concepto de la magia y la elevó justo donde debía estar, a la categoría de arte.

Houdin trasladó la magia al teatro, la vistió de gala, la enfatizó y la alejó de la charlatanería y la pseudociencia. Buscó siempre como fin último la ilusión del espectador, e inventó e ideó innumerables principios teóricos y sutilezas psicológicas que más tarde serían ampliamente desarrolladas por otros grandes (qué digo grandes, ¡enormes!) magos, como Slydini, Ascanio o Tamariz. Desde entonces, hablar de magia es indudablemente hablar de arte. Es más, muchos magos hoy en día la consideran “la reina de las artes”, y no les falta razón en cierto sentido. Recordando unas palabras del maestro Tamariz, pensemos en cualquier disciplina artística, la música, por ejemplo. El intérprete requiere una destreza y una técnica depurada para poder exprimir las notas y armonías de su instrumento, sin embargo no necesita una expresión corporal para ser un virtuoso músico. Por otro lado, el actor de teatro ha de dar todo lo posible de su comunicación gestual, vocal y capacidad interpretativa, mientras que no se le exige ningún tipo de técnica manipulativa. Podríamos nombrar así diferentes disciplinas artísticas, pero sólo la magia por sí misma incluye, requiere, solicita, necesita y exige todo el esfuerzo del que dispongamos para que se pueda considerar arte. Si bien con poquitos conocimientos podemos asombrar a un espectador, sólo si dominamos todas las técnicas necesarias (manipulación, psicología, comunicación, expresión corporal…) seremos capaces de crear y recrear milagros en su mente.

La mente… podríamos llamarla “el hogar y cobijo de la ilusión”. Y es que no ilusionamos al público a través de sus ojos, sino de su mente, pues es ahí donde se produce la magia, y es ahí donde debemos los magos dirigir todo nuestro armamento. Entiéndanse estas palabras, por supuesto, como una estrategia artística y mágica, nunca como un ataque sensu estricto, por favor. Nunca un mago ha de mostrarse en reto con un espectador, sino al contrario. Ha de ser cómplice, guía para llevarlo por el camino de la ilusión y el asombro… Pero volvamos a la mente para matizar algunas cosas.

Es en la mente donde suceden los milagros, algo que sabía muy bien el maestro Ascanio. De hecho, concentró sus esfuerzos en dejar constancia de todas las técnicas psicológicas necesarias para crear un ambiente y una atmósfera mágica en la mente del espectador. Cosas que todos los magos hoy en día conocen se deben en gran parte a él y, si no las conocen, conocerlas debe ser su primer objetivo para poder progresar. Cómo atraer la atención del espectador para poder jugar (de nuevo con cariño mágico) con ella y poder moldear una ilusión que finalmente deje la impronta de “realidad mágica”.

Sin embargo, crear esa atmósfera mágica no es tarea fácil, y crear una “realidad mágica tampoco. En palabras del propio Tamariz, la magia se produce cuando lo que se ve es mágico, imposible y artístico. Por supuesto, habrá discrepancias entre distintos magos a la hora de definir esos parámetros, especialmente en lo relativo al arte. El arte, como tal y por definición, es subjetivo, luego no está sujeto a dogmas (afortunadamente). Sólo hay una regla: no hay reglas. Eso sí, hemos de conocer las reglas para poder saltárnoslas con conocimiento y razón. Pero sí es cierto que muchas de esas ideas nos llevan por un camino mágico mucho más fácil y más eficaz en el momento de recrear la ilusión y el asombro en la mente del espectador. Y no es nada desdeñable el poder que el conocimiento de dicho Arte (sí, con mayúsculas) tiene. Debo recordar de nuevo al maestro Tamariz en sus “5 puntos mágicos”, probablemente lo que muchos consideran la “Biblia de la comunicación corporal” (y no sólo a la hora de hacer magia). Desde luego, para cuidar al dios Efecto, hay que tener en cuenta muchas cosas, y muchas de ellas están escritas en su libro.

Como veréis, no he dicho nada nuevo, no he dicho nada que ningún mago no sepa. Por el contrario, considero necesario plasmarlo aquí para que no se olvide, como un lazo en el dedo que nos recuerda lo que debemos hacer, como un recordatorio, como un post-it en la nevera que nos avisa de lo que nos urge hacer. Ojalá todos ellos lo tuvieran siempre presente e internalizado. Sin duda, tener esto en la cabeza (y en el cuerpo), nos ayudará siempre a ser mejores magos.

domingo, 13 de abril de 2008

La mente, ese gran desconocido

"(...) Durante siglos, el hombre ha intentado desvelar los secretos que ésta encierra (...)". Estas palabras que compartía en una ocasión con unos amigos me hacen reflexionar sobre el poder de la mente. Y no es por casualidad. Una buena sesión de mentalismo puede hacer temblar los cimientos más firmes de la convicción humana. Lo cierto es que no es fácil adentrarse en los rincones ocultos del cerebro humano pero, una vez que se consigue, se abre frente al espectador un abismo de sensaciones sólo comparable al abismo de posibilidades que se abre frente al mago.

El mentalismo es esa rama que se desvía de la magia adquiriendo un carácter y distintivos propios. Hay muchos magos y algunos de ellos flirtean con el mundo del mentalismo, pero proporcionalmente hay muy pocos mentalistas estrictamente hablando. Y esto tampoco es casualidad. Conseguir dominar el poder de la mente no es una tarea sencilla; requiere entrenamiento, intelecto y personalidad, entre otras muchas cosas. Uno que se fascina por el mundo de la magia y todas sus variedades nunca ha permanecido impasible con respecto al mundo de la magia de la mente. Si bien no es mi objetivo dedicarme por entero a ello, no puedo resistirme a ser fascinado cada vez más por él. Insisto, no quiero dar la idea de querer ser un mentalista estricto, pero reconozco desde aquí mi admiración por esta rama y mi deseo de poder dar de mí mismo todo lo que ello requiere. Desde hace tiempo el mentalismo ejerce sobre mí un atractivo poderoso y quiero dejar constancia de mi interés creciente.

Quién sabe, tal vez un día podáis hablar con un mentalista; en tal caso, abrid bien los ojos y la mente, porque no os dejará indiferentes.